EL MILITANTE SALTA – POR LIZI MEJÍAS. – El protagonismo en los hechos fundacionales de nuestra Patria no fue sólo masculino. Hubo muchas mujeres que utilizaron sus conocimientos, su vocación, su poder y sus capacidades para contribuir a la Patria, ya en los campos de batalla, ya en las encomiendas de aquel “servicio de inteligencia” (Macacha Güemes de Tejada fue caso paradigmático), o bien, proporcionando espacios para que tuvieran lugar eventos que marcaron mojones en el camino de la actual República Argentina, contribuyendo de manera decidida a la Causa de Libertad de este pueblo.
Hacía apenas dos años que Tucumán era una provincia porque hasta 1814 había formado parte de la Intendencia de Salta. Era, con todo, un modesto pueblo de apenas unos 5.000 habitantes y que tenía sus edificios públicos en un estado deplorable. Al elegirse Tucumán como sede del Congreso que habría de declarar la Independencia, ni siquiera las casonas familiares ofrecían un espacio apropiado, a excepción de la casa de doña, Francisca Bazán de Laguna, quien decidió ceder su vivienda, autorizando a que realicen las mejoras y modificaciones necesarias, indican los datos oficiales.
No abundaremos en los datos históricos sobre el inmueble, sino que diremos de la importancia de aquellas mujeres en la construcción de la identidad nacional y su participación en una historia que sistemáticamente las negó, o bien, las relegó a espacios secundarios. Recordamos en este punto, por ejemplo, a Mariquita Sánchez de Thompson, dama de la alta sociedad de Buenos Aires en cuya casa se ejecutó por primera vez el himno nacional.
Ahora bien, reflexionemos sobre la misoginia de la época y la que les aplicó la historia posterior que dejó crónicas, no ensalzando su contribución y espíritu patriótico, sino subjetividades propias del decir urbano, como por ejemplo, al ser casas donde por razón de los asuntos que se trataban “Saludables a la Patria”, como diría Esteban Echeverría sobre las reuniones de la “Asociación de Mayo”, el vulgo las tachó como “casas de tolerancia”, “casas de citas” o de dudosa reputación.
El hombre público y la mujer pública: Una denostación histórica
Las crónicas siempre han hablado de “los hombres públicos”, como protagonistas de los hechos que cambiaron rumbos. O simplemente, de los hombres que se destacaron. En cambio, al tratarse de “mujeres públicas”, siempre este concepto estuvo asociado peyorativamente a un demérito moral. La “mujer pública” es la mujer de todos y para todo. Nunca la mujer destacada por sus méritos. Hoy, ESTE TRATAMIENTO CONTINÚA SIENDO IGUAL.
En la actualidad, la mujer que se compromete con la política, la que busca con su acción pública cambiar situaciones sociales, ayudar, sufre dos clases de discriminaciones: la primera, es esa histórica, porque “anda en medio de muchos hombres”. Puede ser la impoluta Calpurnia de César, sin pecado alguno, pero aún así se le aplica la antigua frase: “No sólo debe ser honesta, sino parecerlo”.
Luego, fue necesario luchar para lograr “un cupo femenino”, y así como por obligación las mujeres logran tener un espacio para poder participar en la vida pública, violando claramente el Artículo 16 de la Constitución Nacional que consagra la igualdad para el acceso a los cargos públicos, con la sola condición de la idoneidad.
El mundo masculino de la política actual -y de la sociedad en general- continúa mezclando lo que podría decirse, “la mujer pública” con la “mujer púbica”, para decirlo en un juego de palabras, pero de sentido literal.
“En el peronismo, siempre se garchó”
Muy mala prensa para las mujeres de la política le hizo aquella frase de una funcionaria nacional que paradójicamente, viniendo de una mujer, las arroja al foso de la maledicencia pública. Hay que decirlo con todas las letras y palabras: Al fin de cuentas, no pocas situaciones de la política actual son resueltas por la pléyade de mujeres comprometidas que dejan tiempo de hogar para militar en pos de una sociedad mejor.
Como aquellas de la Independencia, defendemos en esta hora Patria y honramos, a todas esas mujeres de la política, que ponen -como Francisca y Margarita- sus casas. Las que, como ellas, elaboran los bocadillos para que los altos dirigentes lleguen a pontificar sobre sus ideas, a pedir los votos del pueblo.

Y cuando llegan a los escaños o a la función pública, son las que miden en la prudencia la mejor opción para las decisiones políticas.
No son los tiempos de la Independencia aquella, pero son los tiempos en que las mujeres luchan por otros desafíos que consisten en mantener la Independencia política frente a decisiones que están subordinando a la Patria a los mismos intereses que hace 200 años postergaban a este incipiente país.

Por eso, frente a otro Aniversario de nuestra Independencia, rescatamos el compromiso de aquellas mujeres recordando aquel antiguo proverbio que exalta la influencia de las madres y mujeres en la formación de la sociedad y la nación, y que dice:
«La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo.»
Porque son las mujeres, esas madres sobre todo, las que tienen esa influencia fundamental en la formación de ciudadanos con valores, principios y comportamientos que hoy, están fundando esa nueva Nación, como dice el Preámbulo de la Constitución Nación: la de “Nuestra Posteridad”.-