EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Celebrar la Amistad es un mandato diario, lo sabemos. Las improntas sociales determinan que ciertos días deban dedicarse al recuerdo de esto o aquello; el 20 de julio, se ha consagrado como el Día del Amigo. Una jornada en la que se disparan saludos, flyer y videos; toda la parafernalia tecnológica puesta al servicio de una formalidad.

Pero en un instante, cuando el alma se detiene en medio de todo ese fárrago de salutaciones y respuestas, de promesas de encuentros prometidos y jamás cumplidos… que quizás jamás puedan realizarse, hay un instante en que meditamos sobre la inmensa profundidad y alcance que tiene la palabra Amigo, que, en su esencia más pura, evoca una relación de confianza, amor y lealtad que trasciende las barreras del tiempo y las circunstancias.

Por una coincidencia quizás arbitrariamente semántica, Amigo se escribe con la misma “A” de Amor, y el Maestro de todos los Maestros Ascendidos enseñó aquello de que “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos»(Jn. 15, 13).

Esa frase representa la gravedad de decirle al otro “Amigo”. Porque esa palabra entraña un pacto que implica dar lo mejor de nosotros mismos –incluso “hasta la vida”, dice-, por el bienestar del otro. Dar la vida no es asumir la muerte literalmente, sino ese acto de entrega espiritual en una relación donde uno no busca el propio beneficio sino el del otro.

Amistad, es un vínculo profundo y desinteresado, es un modelo de entrega sincera, comprometida y basada en el mutuo Amor. Qué difícil resulta pronunciar “Amor” en un tiempo tan desamorado y donde el término yace por las calles tan menospreciado, tan ideologizado y también, tan bastardeado.

Para los hombres y mujeres de Fe, el Jesús terreno constituye el ejemplo de amistad. Porque el Nazareno caminó junto a sus Amigos. Porque vino al mundo y nos puso a su altura: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer» (Jn. 15;15). Así, la Amistad es una relación de intimidad y revelación.

La verdadera amistad no es solo una conexión superficial, sino una relación que se construye sobre la base de la confianza y la lealtad. Es un llamado a ser un Amigo que está presente en los momentos de necesidad, que ofrece apoyo y que camina junto al otro, atravesando a la par los trigales y las espinas en el camino de la vida.

¿Por qué no existe el “Día del Enemigo”?

Celebrar un «Día del Enemigo» no tendría el mismo propósito positivo que el «Día del Amigo», pero, sin embargo, la reflexión bíblica nos invita a considerar cada día como una oportunidad para practicar el amor, el perdón y la reconciliación con aquellos que consideramos enemigos… cosa ciertamente imposible en almas tan poco entrenadas como las nuestras.

Pero no sería impropio imaginar la celebración de un día dedicado exclusivamente a festejar a esas personas que nos han hecho la vida difícil. Un día en el calendario para reconocer a esos individuos que logran que el café sepa más amargo y que la rutina sea un poco más pesada.

En lugar de intercambiar regalos con amigos, podríamos intercambiar pequeñas dosis de sarcasmo y comentarios pasivo-agresivos. Tal vez podríamos organizar desfiles donde marchemos con pancartas que recen: «Gracias por hacerme más fuerte» o «Tu negatividad me impulsa». Después de todo, sin nuestros Enemigos, ¿cómo podríamos apreciar a nuestros Amigos? ¡Qué sería de la vida sin ese toquecito de drama y conflicto que solo un Enemigo puede proporcionar!

Porque celebramos a los Amigos como personas importantes para nosotros, pero ¡Pensad en cuán importantes son los enemigos! Podríamos escribir y enviar frases, tales como: «Feliz Día del Enemigo: Porque nada fortalece el carácter como un poco de animosidad», o también: «Gracias por ser el antagonista en la historia de mi vida. Sin ti, no habría héroe».

En resumen, mientras el «Día del Amigo» celebra la alegría y el apoyo, el hipotético «Día del Enemigo» nos ofrecería una oportunidad única para reírnos de las dificultades, abrazar la ironía de nuestras relaciones complicadas y, tal vez, encontrar un poco de catarsis en el proceso.

Porque, al final del día, incluso los enemigos tienen su lugar en la narrativa de nuestras vidas, y qué mejor manera de reconocerlo que con un toque de humor y sarcasmo.