EL MILITANTE SALTA – POR LIZI MEJÍAS. – En el calendario argentino, el 18 de agosto es una fecha que evoca una historia de amor trágico, un amor que desafió a las estrictas normas sociales de su época, que se atrevió a vivir pese a las prohibiciones, y que terminó en un desenlace brutal e injusto.

Fue el día en que Camila O’Gorman y Uladislao Gutiérrez, un sacerdote, fueron fusilados por el «pecado» de haberse enamorado. Es una historia que nos habla de la intolerancia, del autoritarismo y del poder político y religioso que, sin piedad alguna, aniquiló a dos personas cuyo único crimen fue amarse.

El amor entre Camila y Uladislao surgió en medio de un contexto dominado por la represión política y el dogmatismo católico, donde el control sobre la moral y las decisiones individuales era ejercido con mano de hierro. Camila, una joven de la alta sociedad porteña, y Uladislao, un sacerdote comprometido con su fe, se encontraron y se enamoraron. Era un amor imposible, condenado de antemano por las leyes no escritas que dictaban lo que era aceptable y lo que no. Pero ellos, desafiando las convenciones, decidieron vivirlo.

La decisión de huir juntos a Corrientes fue una declaración de amor y de libertad. Sin embargo, el poder los alcanzó. Traicionados, fueron capturados y devueltos a Buenos Aires, donde su destino ya estaba sellado. El gobernador Juan Manuel de Rosas, en su afán por mantener el orden y la autoridad, dictó una sentencia implacable: la muerte. Y así, el 18 de agosto de 1848, en Santos Lugares, Camila y Uladislao fueron fusilados. A nadie le importó que Camila estuviera embarazada de ocho meses. A nadie le importó el sufrimiento que se estaba infligiendo. La obediencia a las normas sociales y religiosas se impuso sobre cualquier atisbo de humanidad.

Sabemos que en realidad el hecho jurídico y la responsabilidad legal recaían sobre el poder político de ese momento, pero eso ha sido -y todos somos conscientes- de que aquel desenlace fatal fue pedido y fogoneado por los jerarcas de la Santa Madre Iglesia, que en ese momento estaba en manos de obtusos ministros del culto católico.

Sin lugar a dudas, aquel fue realmente ha sido un crimen espantoso; un atentado al amor porque ellos querían ser una familia.

Fue uno de los grandes abortos cometidos por la Iglesia Católica asesinando lo que todavía no había florecido. Y no solamente se trató de la vida de ese niño, sino que también ese concepto abarca a la vida de esa familia que ellos estaban constituyendo. Él -Udalislao-, era maestro, ella también. Pero este ejemplo de la historia conviene en estos tiempos  que corren para mostrar lo distante que está la Iglesia Católica de la gente; como también lo distante que estuvo ese régimen político en aquel momento.

El fusilamiento de Camila y Uladislao no solo fue una injusticia, fue una advertencia de hasta dónde puede llegar el poder cuando se ejerce sin compasión ni respeto por los derechos individuales. Aquel 18 de agosto, Argentina perdió más que dos vidas; perdió la oportunidad de reconocer la diversidad del amor y la importancia de la libertad personal. Hoy, al proponer que esta fecha sea el Día de los Enamorados, buscamos reivindicar ese derecho a amar sin miedo, sin represión, y sin que nadie tenga el poder de decidir sobre los sentimientos de otro.

Es por esto que el 18 de agosto debería ser recordado como el Día de los Enamorados en Argentina. No como una celebración comercial, sino como un día para reflexionar sobre la verdadera naturaleza del amor y el precio que algunos han pagado por defenderlo. En honor a Camila y Uladislao, este día debería ser un recordatorio de que el amor, en su forma más pura, no conoce barreras ni prejuicios. Debería ser un día para recordar que la intolerancia y el fanatismo, ya sean políticos o religiosos, no deben tener lugar en una sociedad que se precie de ser libre y justa.

Que el 18 de agosto se convierta en un símbolo de resistencia al autoritarismo, de defensa de la libertad y de homenaje a aquellos que, como Camila y Uladislao, se atrevieron a amar en un mundo que no estaba dispuesto a aceptarlo.