EL MILITANTE SALTA – POR EL DR. BARTOLOMÉ BASURTO. – En los anales de la historia política argentina, nunca faltarán los personajes coloridos que, entre discursos y escándalos, logran hacerse un lugarcito en la memoria colectiva. Pero si hay alguien que se merece un capítulo entero es, sin duda, el ex presidente Alberto Fernández, quien, con la discreción de un elefante en una cristalería, dejó una huella imborrable en las filas del kirchnerismo. Y no, no precisamente por sus logros de gobierno, sino por su inagotable voracidad sexual, que parece haber sido el verdadero motor de su paso por la Casa Rosada.

A Alberto nunca le bastó con manejar las riendas del poder; él tenía apetitos más grandes, urgencias más íntimas. ¿Y quién mejor para saciar esas necesidades que un harén de madamas que, según cuentan las malas lenguas, desfilaban por la residencia presidencial como si fuera su propio salón de té? Al ritmo de un tango melancólico, se tejieron historias de encuentros furtivos, cenas con velas y, claro, el ocasional escándalo que deslizaba en las portadas de los diarios un poco de ese glamour de vodevil tan propio de nuestro querido Alberto.

Pero no nos equivoquemos. Lo de Alberto no era simple lujuria, no señor. Era un plan maestro, una estrategia para mantener al kirchnerismo en su lugar: bajo las sábanas. Mientras sus compañeros de ruta se dedicaban a la retórica y los discursos inflamados, él se entregaba a la “diplomacia del colchón”, convencido de que la política también se construye entre almohadas.

Claro, el problema es que, como todo en la vida, la avidez de Alberto tenía un precio. Y fue así que, entre caricias y promesas susurradas, la maquinaria kirchnerista fue quedando a un lado, como un amante relegado al segundo plano. Sus noches de pasión, lejos de fortalecer al movimiento, lo fueron debilitando, consumiéndolo poco a poco. Lo que comenzó como una llamita ardiente terminó por incendiar todo el tinglado, dejando en cenizas lo que alguna vez fue un imperio.

Así que aquí estamos, contemplando el escenario desolado que dejó nuestro querido ex presidente. Alberto, en su inagotable búsqueda de satisfacción personal, logró lo impensable: devorarse al kirchnerismo. Porque mientras ellos hablaban de revolución y justicia social, él hacía lo suyo, dejando a todos con la sensación de que, en su caso, el verdadero enemigo no estaba en la oposición, sino en su propia cama.

En fin, el kirchnerismo tal vez no se recuperará de esta traición tan íntima. Pero Alberto, con su sonrisa pícara y su mirada cómplice, seguirá en los recuerdos de quienes lo conocieron, no como el presidente que cambió el rumbo del país, sino como el galán que, entre risas y susurros, se terminó comiendo a todo el movimiento. ¡Salud por eso!