EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Los llamamos dulcemente el «nono» o la «nona«, aquellos que descendemos de italianos, el «Tata» o la «Tatita» entre los españoles, y así…, cada una de las colectividades cuyos ancestros llegaron a este país incipiente hacia fines del siglo XIX y sin otras herramientas que su virtud y sus ganas de salir adelante forjaron aquella República Argentina que en el Centenario se contó entre los primeros países de la Tierra. Hoy, quedan sólo cenizas de ellos… y de aquel gran país.
Este país nació con vocación generosa, con puertas abiertas y la Libertad por bandera. Cuando el presidente, Nicolás Avellaneda, firmó la Ley de Inmigración hacia 1874, emprendió una verdadera política de Estado destinada a traer a todos aquellos «hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino», según reza el Preámbulo de nuestra Constitución Argentina.
La gran paradoja argentina es que ellos, los que «Hanno venuto con la mano al culo» -como se los escuchaba decir-, levantaron a la República Argentina, un país que hoy «Está con la mano al culo»…,
El 4 de Setiembre se conmemora el Día del Inmigrante en la Argentina en memoria del Decreto firmado en 1812, cuando el Primer Triunvirato expresó en su letra que era necesario «promover la inmigración por todos los medios posibles».
Esa vocación estuvo presente incluso durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas que se expresó en términos similares. Más, tarde, Juan Bautista Alberdi, en sus «Bases» señalaría que «Un país cómodo para albergar a 50 millones de habitantes, con tan solo un millón, no tiene destino». Y fijo además Alberdi las condiciones esenciales para promover esa inmigración: Libertad de culto, oportunidades de trabajo, reparto de tierras, educación, etc.
La primera inmigración se dio hacia 1870 con piamonteses y lombardos (del norte de Italia) que no venían a comer sino a invertir, eran mayoritariamente empresarios que veían la oportunidad de invertir y crecer. De esa generación surgirían las primeras grandes empresas de este país: Terrabusi, Canale, Grimoldi, Piazza y tantos otros similares. Fueron los que fundaron el primer banco del país; el «Banco de Italia y Río de la Plata» que tendría un siglo de vida. También la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, anticipándose a todos los países vecinos.
La segunda gran inmigración provino del sur de Italia, la Calabria, la Regio Calabria y la Sicilia, en un número calculado de 350.000. En su mayoría campesinos, iletrados, refugiados, que formaron las primeras colonias, particularmente en la zona de Santa Fe y Córdoba, particularmente en San Francisco.
En menor número llegaron los españoles, franceses y más tarde los sirios libaneses a quienes la inserción les costaría más por su dificultad con el idioma y a veces con la religión, aunque en su mayoría eran católicos ortodoxos. Esos mal llamados «Turcos» se vieron obligados a ser cuentapropistas y partieron por los caminos vendiendo de todo. Se establecieron en los pueblos donde fundaron los primeros almacenes de ramos generales que sobreviven hasta hoy, por alguna razón o coincidencia, siempre en la esquina de las plazas.
Los italianos trajeron los oficios que eran desconocidos: el zapatero remendón, el relojero, el orfebre, el albañil o constructor. También vinieron los catedráticos que brillaron en las universidades, los artistas, particularmente pintores de influencia renacentista. Músicos que trajeron los bronces y cambiaron la música militar; de hecho, las principales marchas patrióticas argentinas son de inspiración de maestros italianos, lo mismo que los escultores de los monumentos a nuestros Próceres.
Un capítulo aparte merecen aquellos italianos que trasladaron desde su tierra su vocación por la agricultura y la manufactura de animales y frutos en productos de consumo de alta calidad.
Los españoles se dedicaron más al cultivo y a la ganadería, crearon los primeros tambos y aportaron de manera importante al desarrollo agrícola-ganadero del país.
Por su soledad y desprotección se agruparon en círculos sociales llamados «Sociedades»; de allí surgirían la Sociedad Italiana, Sociedad Española, Sociedad Sirio Libanesa, que dieron origen al mutualismo argentino. Allí buscaban vivienda y trabajo los recién llegados y se reunían a celebrar las fiestas patrias y religiosas de la «Patria lontana».
Pero supieron hacer de esta tierra su segunda Patria, a la que amaron hasta dejar sus huesos en ella, legaron sus empresas y familias. ¡Y jamás le pidieron nada al Estado!
Hoy, ese país que nuestros ancestros forjaron con trabajo y una honradez marmórea es sólo un recuerdo. Lo mismo que ellos. –
Ilustración de Portada: «Madre Inmigrante». Óleo en el Museo de Nueva York.