EL MILITANTE SALTA – POR LIZI MEJÍAS. – Un jubilado, antes que una categoría social, es un anciano, que es mucho más que la última etapa de la vida; es un ser humano cargado de historias, memorias, y sabiduría acumulada. Es el testimonio viviente de una historia vivida, que ha amado, sufrido y aprendido. Es la última hoja del árbol que resiste al viento. Es el punto de encuentro entre el pasado y el presente, un puente de historias que conecta a los más jóvenes con sus raíces.
Románticamente, es un sobreviviente de amores pasados, de tiempos de lucha y de los grandes cambios que marcaron su vida y su entorno. Es el que ha celebrado y ha llorado, y que aún encuentra en las cosas simples—una charla, una canción, una fotografía—un motivo para sonreír. Cada arruga en su rostro es un poema sin palabras; cada cana, un hilo de plata que borda su historia.
Nos hallamos frente a la primera defección, o al menos la más notoria socialmente, del discurso prometido por el presidente, Javier Milei, la que falta a su promesa de que “el ajuste lo pagará la casta”. En los hechos, el ajuste más brutal de que se tenga memoria lo están pagando los sectores más vulnerables de la sociedad y ha comenzado a pagarlo el más inocente de todos, el de los jubilados.
El hecho de que el veto rabioso de Milei haya sido para el aumento, que puede calificarse de miserable, a los jubilados, es la muestra más evidente de que las promesas de campaña han sido una mentira. No hay otra manera de calificar esta situación.
Por otra parte, revela el rostro más impiadoso de un individuo que entiende que la vida pasa sólo por las frías cifras de un presupuesto, que, para colmo de males, tampoco está funcionando a niveles de la macroeconomía.
Es necesario observar esta situación desde un punto de vista estrictamente humano, porque un jubilado no es sólo un número en las estadísticas económicas ni un gasto para el presupuesto nacional.
Un jubilado es parte fundamental de la historia social contemporánea de cualquier país, especialmente de Argentina. Son personas que, durante décadas, aportaron con su trabajo, su esfuerzo y su tiempo al desarrollo y progreso de la nación.
Cada jubilado es un testimonio viviente de los cambios económicos, políticos y sociales que han moldeado nuestra historia. Han sido los protagonistas de los días de auge y de los momentos de crisis, siempre con la misma esperanza de que su sacrificio contribuiría a un futuro mejor para sus hijos y nietos.
Sin embargo, esa realidad parece ser ignorada por las políticas actuales del gobierno. El reciente veto del presidente Milei al aumento de las jubilaciones ha puesto en evidencia una concepción preocupante y deshumanizante del papel de los jubilados en nuestra sociedad.
Este veto, más que un acto de austeridad económica, es un golpe directo a quienes ya han dado todo lo que tenían por el país y que ahora, en su vejez, solo piden un reconocimiento mínimo a través de una pensión digna.
¿Qué significa este veto? Significa, básicamente, que, para el gobierno, los jubilados no son una prioridad. En una sociedad que se precie de ser justa y solidaria, los jubilados deberían ser tratados con el mayor respeto y consideración. Después de todo, son ellos los que construyeron los cimientos de lo que hoy somos.
¿Es justo que aquellos que dedicaron su vida al trabajo y al esfuerzo para construir una Argentina mejor tengan que salir a las calles a reclamar unos pocos pesos de aumento? ¿Merecen ser apaleados, ignorados, y despojados de una mejora en su calidad de vida en un momento en el que más lo necesitan?
El problema no es simplemente económico; es moral y ético. ¿Qué tipo de sociedad queremos ser? Una que respeta y honra a sus mayores, reconociendo su aporte y garantizando una vejez digna, o una que los relega al olvido y los trata como cargas innecesarias para el sistema. Un jubilado, con todas sus experiencias y vivencias, es un archivo vivo de la memoria colectiva. Cada uno de ellos ha dejado su huella en las industrias, las escuelas, los campos, las oficinas, los hospitales, y tantas otras esferas donde desarrollaron sus labores.
Hoy, ver a los jubilados en la calle, reclamando por lo que es suyo por derecho, no debería ser motivo de indiferencia ni de represión. Debería ser un llamado de atención a toda la sociedad y, especialmente, a los responsables políticos. La justicia social no puede ser un discurso vacío; debe ser una realidad palpable. No podemos seguir permitiendo que aquellos que hicieron tanto por el país sean los primeros en ser sacrificados en nombre de una supuesta eficiencia económica.
En este sentido, el veto del presidente Milei no es solo un golpe a los jubilados, sino un golpe a nuestra memoria, a nuestra conciencia colectiva y a nuestra dignidad como nación. Porque, al final del día, ¿qué es un jubilado? Es un argentino que trabajó, sufrió, luchó y soñó con un país mejor. Y es nuestra responsabilidad, como sociedad, asegurar que sus últimos años sean vividos con la dignidad y el respeto que merecen.