EL MILITANTE SALTA – REDACCIÓN. – Vivimos el momento histórico donde la decadencia ha reemplazado a la virtud, y esto, no en términos espirituales sino materiales. No hay virtud cuando no hay buenas obras, y todo lo que se produce actualmente es depreciado, lindante en la basura, en algunos casos.
Pero esos son los modelos de la actualidad cibernética donde en ese vertiginoso mundo actual, el escenario político parece estar sufriendo una metamorfosis inesperada. La política, otrora una disciplina tradicionalmente reservada para aquellos con una formación profunda y un entendimiento de los complejos engranajes del poder, parece haber sido invadida por una nueva camada de personajes cuya única credencial es su popularidad en redes sociales.
De influencers a tiktokers, de youtubers a cantantes, el camino hacia la política parece más fácil que nunca, y lo que solía ser un campo reservado para la experiencia y el conocimiento se ha convertido en un terreno de oportunidades para los arribistas de la era digital.
En esta nueva «renovación» política, se celebra la inclusión de personalidades que han conquistado a las masas con sus publicaciones virales, sus actuaciones espectaculares o sus creaciones artísticas. También y con más presencia, lamentablemente, están los que hacen gala de lo burdo, chabacano y grotesco.
Esta tendencia, en lugar de aportar frescura y perspectivas innovadoras, ha resultado en un fenómeno degradante como la banalización de la política. Muchos de estos nuevos actores llegan al escenario político sin el más mínimo conocimiento sobre los temas que se deben tratar, sin formación en ciencias políticas, derecho o administración pública. Y estamos pidiendo mucho, sería bueno que simplemente supieran leer y escribir “huevo” con “h”, por ejemplo.
Su «experiencia» se limita a su habilidad para captar la atención del público, lo que a menudo se traduce en discursos vacíos, propuestas poco realistas y un uso irresponsable de las plataformas para difundir mensajes populistas.
En la última puesta en escena de una supuesta “renovación” del peronismo protagonizada por un individuo famoso en las redes y un aspirante -parece- a periodista, el “acto político” consistió en un discurso de tono y actitudes desaforadas, salpicado de insultos de todo calibre, y acusaciones que de funcionar la Justicia como corresponde, ya habrían sido motivo de que algún fiscal las tomara como “notitia criminis”.
En lugar de enriquecer el debate político, estos personajes a menudo se limitan a subir a la tribuna para lanzar insultos, hacer afirmaciones sin fundamento o simplemente mantener a sus seguidores entretenidos. La política, que debería ser un espacio para el diálogo constructivo, la elaboración de políticas coherentes y la solución de problemas, se ha transformado en un espectáculo donde la habilidad para generar clics y retweets parece ser más valorada que la capacidad para gobernar con eficacia.
Este fenómeno no sólo degrada el nivel del debate político, sino que también refleja una falta de respeto hacia los ciudadanos que merecen líderes competentes y comprometidos con el bien común. La verdadera renovación debería ir más allá de la simple sustitución de una cara conocida por otra; debería implicar una transformación profunda en la manera en que entendemos y abordamos la política. Se necesita una combinación de pasión por el servicio público, un compromiso con el conocimiento y una capacidad para generar propuestas concretas y realistas que realmente puedan abordar los desafíos que enfrenta nuestra sociedad.
En lugar de ver a la política como un trampolín para la fama o un medio para ganar seguidores, deberíamos exigir una verdadera renovación basada en el conocimiento, la responsabilidad y el compromiso. La política merece ser tratada con seriedad, y quienes la ejercen deberían ser conscientes del peso de la responsabilidad que significa llevar sobre sus hombros.