EL MILITANTE SALTA – POR IGNACIO UNZUÉ. – La reciente votación en la Cámara de Diputados, en la que se avaló el veto de Javier Milei contra los derechos de nuestros jubilados, no solo deja al descubierto la insensibilidad de un gobierno que desprecia a los más vulnerables, sino también el desmoronamiento de cualquier vestigio de dignidad en la política argentina. En este país, parece que se ha perdido toda vergüenza.

La escena que presenciamos no es más que la crónica de una traición anunciada: una clase dirigente que ha decidido vender su alma al mejor postor, abandonando cualquier principio o ideal partidario que alguna vez hayan fingido defender.

No hay banderas. No hay ideologías. No hay convicciones. Lo que antes eran trincheras de militancia, donde los ideales de justicia, igualdad y progreso social se defendían con pasión, hoy son simples oficinas de transacciones políticas. La votación de diputados a favor del veto es el resultado de una dirigencia carente de escrúpulos, donde los partidos ya no representan a los ciudadanos, sino a los intereses económicos que los sostienen y financian. La política se ha convertido en una feria de mercenarios que, sin pudor alguno, canjean su voto y su lealtad al mejor postor, ignorando el hambre y la desesperación que aqueja a la gente común.

¿Dónde están ahora aquellos valores por los que tantos lucharon y murieron? ¿Dónde están las convicciones que levantaron a este país de las cenizas en los momentos más oscuros? Nuestros próceres, aquellos hombres y mujeres que dejaron su vida en la batalla o murieron en el exilio y la pobreza, han sido traicionados una y otra vez por esta dirigencia infame. Ellos entendían el servicio público como un sacrificio por el bien común, como un acto de amor a la patria, y no como una oportunidad para el enriquecimiento personal o el acomodo económico.

La traición a los jubilados es una traición a la historia, una ofensa a quienes construyeron este país con esfuerzo y esperanza, a quienes trabajaron toda su vida con la ilusión de una vejez digna. Milei y sus aliados han demostrado que no gobiernan para el pueblo, sino para los poderosos. Han dejado claro que su “revolución” no es más que un retorno a las prácticas más rancias y egoístas del neoliberalismo, donde los números valen más que la gente, y el mercado dicta las decisiones que deberían ser dictadas por la justicia social.

Se ha perdido toda vergüenza porque ya no existe ni siquiera la pretensión de un discurso coherente o ético. Los que ayer levantaban las banderas de la justicia y la igualdad hoy las han tirado al basurero de la historia por una migaja de poder. La política argentina se ha convertido en una danza grotesca de hipocresías, donde los mismos que antes decían defender a los humildes ahora justifican los recortes a sus derechos con argumentos fríos y calculadores.

Es hora de que el pueblo argentino despierte de este letargo y exija responsabilidad a sus dirigentes. No podemos seguir permitiendo que quienes nos gobiernan sigan vendiendo nuestra dignidad. Esta es una llamada urgente a la conciencia colectiva, un grito de indignación que debe resonar en cada rincón del país. Porque, si permitimos que la infamia continúe, seremos cómplices de la destrucción de nuestro propio futuro.

Nos han arrebatado los sueños. Nos han robado la esperanza. Y ahora, con esta votación infame, han demostrado que también están dispuestos a quitarnos el último vestigio de dignidad. Es hora de decir basta. Es hora de que recuperemos la vergüenza perdida y, con ella, la posibilidad de un país más justo, más honesto y más humano.

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