EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – En la fecha en que se celebra la Solemnidad de María dentro del Triduo del Milagro, hacemos memoria de un pastor de talla magnífica: Monseñor Pedro Reginaldo Lira, quien supo presidir durante décadas esta jornada dedicada a la Madre.
Su vigorosa palabra estremecía a las almas y exaltaba con claridad testimonial los valores y las categorías de María como mujer, como madre y como conductora. Monseñor Lira, establecía desde sus sermones la dialéctica más preclara, traduciendo en términos simples y sencillos, pero de aguda inquisición apelativa, aquellos principios que marcan el camino liberador del Evangelio.
Precisamente, por ser libre y sembrar Libertad en los espíritus de sus discípulos y quitar con su palabra la pátina de poder que cubre a los ornamentos de una Iglesia Católica perdida en su rumbo y claridad, fue apartado de los altares y confinado al ostracismo, repitiendo el camino de los grandes hombres del Evangelio, que como anacoretas libraron las más sublimes batallas en favor de la Paz y el Bien, según el mandato que impone el ejercicio del sacerdocio pastoral.
En estas fechas, Pedro Lira, marcaba el camino a la grey, sin medir la contundencia de sus términos ni siquiera delante de los mandatarios civiles y jerarcas del catolicismo. El púlpito se convertía en tribuna potente desde donde aquel hombre entronizaba a la Verdad en su dimensión más exponencial y vívida.
Aquella sentencia suya: “En estos tiempos en que las máquinas tienen virus ¡Los altares también tienen virus!”, era una profética advertencia que sintonizaba con las profecías marianas que advertían a la humanidad que el Maligno se enroscaba ya en la patas de la Silla de San Pedro.
Hoy, comprobamos que aquel Maestro tenía razón cuando miramos la miserabilidad y decadencia pastoral que convierte a la Cátedra pastoral de Salta representaba por un convicto en un cerco donde los taurinos desfogan sus lujurias a cornadas entre pares.
Los que tuvimos la gracia de libar de aquellos mensajes tan ricos y plenos de savia espiritual, en cada jornada de la Solemnidad de la Virgen, miramos hacia el rostro de la Madre poniendo en sus manos simples, sus manos de mujer y de trabajadora, no en las enjoyadas falanges casi paganas, nuestras aspiraciones, nuestras frustraciones y deseos. Nuestras Esperanzas de que Ella nos acompañe en el Pentecostés que sobreviene sobre esta humanidad desacralizada y doliente.
Miramos al pasado y memoramos con nostalgia aquellas mañanas cuando ese hombre, ese Pastor -con mayúsculas-, nos invitada a no ser turistas del Evangelio que sólo llevan postales sino ciudadanos de la Palabra, conociendo cada rincón de la Escritura, pero sobre todo a ser Leales y Libres al mensaje del Cristo. Pero no del Cristo yacente y vencido, sino del Resucitado, que en todo su esplendor nos dice que la Luz brilla siempre, y que basta un mínimo hilo de esa Luz para vencer a la más cerrada oscuridad.
En esta fecha, repetimos con Monseñor Pedro Reginal Lira, aquella sentencia Pablo en 1 Corintios 15:17: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe”. –