EL MILITANTE SALTA – REDACCIÓN. – El 16 de setiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi, encabezó un levantamiento que derrocó al presidente Juan Domingo Perón, poniendo fin a su segundo mandato. Este hecho marcó un antes y un después en la historia política argentina.
Este levantamiento militar no fue un hecho aislado, sino el desenlace de un complejo conjunto de factores políticos, sociales, económicos y culturales que se habían ido gestando a lo largo de los años.
En primer lugar hay que recordar que uno de los factores determinantes de este golpe fue la extrema polarización social y política que caracterizó el segundo mandato de Perón. Si bien Perón contaba con un amplio respaldo popular, especialmente entre los sectores trabajadores y los sindicatos, su gobierno generaba un creciente descontento en otros sectores de la sociedad, como la Iglesia Católica, el Ejército, la oposición política y buena parte de la clase media y alta.
El peronismo se había consolidado como un movimiento popular que promovía la justicia social y una fuerte intervención del Estado en la economía. Sin embargo, esta postura generó resentimientos en las élites tradicionales que veían en Perón un peligro para sus intereses económicos y su poder político. El discurso de confrontación del peronismo, con su constante referencia a los “oligarcas” y los “enemigos del pueblo”, profundizó esta polarización, lo que eventualmente llevó a un clima de enfrentamiento abierto.
El viejo axioma que dice que “Gobierno que se enfrenta con la Iglesia Católica, cae”, resultó verdad en aquel caso, porque uno de los detonantes más importantes fue el deterioro de las relaciones entre el gobierno peronista y la Iglesia Católica, un poder social y cultural significativo en la Argentina de la época. Durante los primeros años de su mandato, Perón había mantenido una buena relación con la Iglesia, incluso favoreciendo el catolicismo como parte de su proyecto nacionalista. Sin embargo, a partir de 1954, la relación se tornó conflictiva debido a una serie de políticas que buscaban separar la Iglesia del Estado, como la legalización del divorcio y la promoción de la educación laica.
Estos cambios fueron vistos por los sectores católicos más conservadores como un ataque directo a la tradición y a la moral cristiana. La Iglesia, que contaba con una enorme influencia sobre buena parte de la sociedad, comenzó a criticar abiertamente a Perón y sus políticas. La excomunión de Perón por parte del Vaticano fue un hito en este conflicto, y muchos católicos se sumaron al frente anti-peronista, contribuyendo a crear un clima propicio para el golpe.
La suma del poder político tampoco fue bueno para el gobierno de Perón que acusado de autoritarismo y de reprimir a la oposición política. A medida que avanzaba su segundo mandato, la relación con los partidos opositores, como la Unión Cívica Radical y otros sectores antiperonistas, se volvió cada vez más tensa. El peronismo había logrado concentrar gran parte del poder en manos del Ejecutivo, limitando la actividad de la oposición a través del control de los medios de comunicación, la persecución judicial y la intervención sindical.
Las detenciones de opositores, la censura y el uso de la fuerza para acallar a los disidentes crearon una imagen de un régimen dictatorial, lo que fortaleció la alianza entre diversos sectores políticos, sociales y militares en contra de Perón. El peronismo, que en sus primeros años había conseguido consolidarse como un movimiento de inclusión social, fue gradualmente percibido como un régimen intolerante, incapaz de generar consensos.
Otro factor fue la crisis económica; la Segunda Guerra Mundial había terminado y la bonanza económica decreció, naturalmente. A mediados de la década de 1950, la situación económica del país comenzó a deteriorarse, lo que afectó directamente la base de apoyo popular de Perón. Los primeros años del peronismo se habían caracterizado por una bonanza económica impulsada por una política de sustitución de importaciones y una expansión del gasto público en salarios, infraestructura y programas sociales. Sin embargo, hacia 1952, el crecimiento económico comenzó a desacelerarse, y para 1955, la inflación, el déficit fiscal y la falta de inversión extranjera erosionaron la economía.
El descontento económico afectó no solo a los sectores empresariales y financieros, sino también a los trabajadores, que empezaron a ver cómo se deterioraban sus condiciones de vida. Las huelgas y el malestar social crecieron, y aunque Perón intentó realizar ajustes económicos, el daño ya estaba hecho. La pérdida de apoyo de algunos sectores sindicales y populares contribuyó a debilitar su poder.
Como venía ocurriendo desde 1930, las Fuerzas Armadas jugaron un papel fundamental en la organización y ejecución del golpe de Estado. Desde los primeros años del gobierno de Perón, las relaciones con el Ejército y la Marina fueron ambivalentes. Si bien en un principio Perón, siendo militar, tenía un fuerte respaldo dentro de las filas castrenses, las tensiones crecieron con el tiempo.
El personalismo de Perón, su relación con el poder civil y el uso de los recursos del Estado para consolidar el peronismo como movimiento político generaron descontento entre algunos sectores militares, que veían en él a un líder que subordinaba a las Fuerzas Armadas a sus propios intereses políticos. Además, la radicalización del conflicto con la Iglesia, que también tenía un peso importante dentro de los cuadros militares, inclinó a muchos oficiales hacia el golpe.
En este contexto, el general Eduardo Lonardi, apoyado por la Marina y sectores conservadores, encabezó un movimiento que se levantó en Córdoba y fue sumando adeptos rápidamente. Aunque el golpe se presentó como una “liberación” del país, las Fuerzas Armadas también tenían intereses propios, relacionados con recuperar su papel como garantes del orden y limitar el poder civil.
En conclusión, se puede afirmar que el golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955 no fue el resultado de un solo factor, sino de una combinación de tensiones sociales, políticas, económicas y culturales. La polarización entre el peronismo y sus opositores, el conflicto con la Iglesia, las acusaciones de autoritarismo, la crisis económica y el descontento dentro de las Fuerzas Armadas convergieron para generar un ambiente de confrontación que estalló con el levantamiento de Lonardi.
Aunque Lonardi asumió inicialmente con un discurso conciliador, su gobierno pronto fue reemplazado por una facción más dura encabezada por Pedro Eugenio Aramburu, lo que mostró que, lejos de generar estabilidad, el golpe de 1955 profundizó las divisiones en la sociedad argentina y dejó una herencia de confrontación que marcaría los años siguientes.