EL MILITANTE SALTA – REDACCIÓN. – La sociedad argentina vive un tiempo de disolución de las Instituciones verdaderamente. Todo es tan decadente que hasta la primera magistratura del país tiene precio de raiting según el nivel de los escándalos domésticos. Nunca antes, los ciudadanos habían participado de los temas de alcoba de los presidentes. Carlos Menem fue un antecedente, pero ni siquiera tan escandaloso como los de ahora.
En tiempos donde la política debería estar enfocada en los problemas urgentes de la sociedad, nos encontramos con que las páginas de los medios se llenan de trivialidades dignas de la farándula. La reciente «noticia» que asegura que Amalia «Yuyito» González, una exvedette devenida en conductora, se muda a la Quinta de Olivos con el presidente Javier Milei, es el último ejemplo de cómo la política ha perdido toda seriedad y decencia, convirtiéndose en un circo mediático que poco tiene que ver con gobernar un país.
El escándalo sobre el supuesto noviazgo, la reacción de una ex, y el gesto de una mano en una pierna son ahora las «grandes» noticias que ocupan los titulares, mientras el país enfrenta crisis económicas, sociales y políticas. El espectáculo es más importante que la gestión, y las noticias parecen competir por el impacto sensacionalista en lugar de arrojar luz sobre los verdaderos desafíos que enfrenta la sociedad argentina.
Del debate político al show mediático
La política argentina ha sido, en otras épocas, una arena donde se discutían ideas, se debatía el futuro del país, y los líderes se preocupaban por las necesidades de la gente. Hoy, los políticos han dejado de ser referentes de ideas para convertirse en estrellas de la pantalla. No es casualidad que Javier Milei, con su estilo estridente, haya abrazado esta farandulización de la política, donde su relación amorosa recibe más atención que el presupuesto o la inflación.
La supuesta mudanza de Yuyito González a la Quinta de Olivos es presentada como un evento de importancia nacional, cuando en realidad es un capítulo más en el declive de la política a espectáculo barato. Mientras tanto, los problemas estructurales del país –la pobreza, la inflación, la inseguridad– permanecen al margen de la agenda mediática. La política ha dejado de ser una herramienta para resolver los problemas del pueblo y se ha convertido en un espectáculo banal donde los títulos de farándula se mezclan con los discursos presidenciales.
Cuando los romances son más importantes que el presupuesto
Es tragicómico que mientras Milei presenta propuestas cruciales como el presupuesto nacional, los medios estén más interesados en su vida amorosa. ¿Qué nos dice esto como sociedad? Que la política se ha vaciado de contenido, y que aquellos que deberían liderar los destinos de la nación han optado por jugar el juego de la fama, en lugar de asumir la seriedad que sus cargos demandan.
La banalización de la política es peligrosa porque desvía la atención de lo importante, generando una distracción masiva que alimenta la apatía y el desencanto ciudadano. La opinión pública se ve manipulada por estas historias de romances presidenciales, mientras las cuestiones verdaderamente urgentes –como la educación, la salud o la economía– quedan fuera de foco. Así, la política pierde su esencia como espacio de transformación social y se convierte en una plataforma para el entretenimiento vacío.
La muerte de la decencia en la política
Lo que resulta más preocupante de este fenómeno es la falta de decencia y profundidad en quienes deberían representar los intereses de la nación. En lugar de tomar decisiones para mejorar la vida de los ciudadanos, la política se reduce a escándalos mediáticos que poco tienen que ver con el bienestar común. La farándula y la política se fusionan en una mezcla tóxica donde el valor del cargo presidencial se diluye en una novela rosa que sirve a los intereses de los medios, pero no a los del país.
En un momento histórico en que el liderazgo es más necesario que nunca, asistimos a un proceso de infantilización de la política, donde los actores principales no son estadistas, sino figuras mediáticas que compiten por aparecer en las tapas de las revistas de chismes. ¿Y quién sufre? El pueblo, que se ve privado de una discusión seria y de un gobierno que se enfoque en sus verdaderas necesidades.
El negocio del espectáculo: el verdadero ganador
No nos engañemos. El mayor beneficiado de esta farandulización de la política es el negocio mediático. Los grandes medios, en lugar de cuestionar, analizar o investigar, optan por llenar sus portadas con historias que generan más clics y ventas. El romance de Milei y Yuyito González no es más que una excusa para vender titulares, mientras los problemas de fondo permanecen sin resolver.
La política, que alguna vez fue un campo de discusiones ideológicas profundas, hoy se transforma en un simple producto de consumo masivo, manejado por la lógica de la rentabilidad mediática. No importa si el país se desmorona; lo que importa es la última primicia del romance presidencial.
La mudanza de Yuyito a la Quinta de Olivos, que debería ser un dato irrelevante, se convierte en símbolo de cómo la política ha caído en la trivialidad y el espectáculo. Lo que antes era el escenario del poder, la reflexión y las decisiones de Estado, ahora es un set de televisión donde los romances y escándalos dominan la narrativa.
En lugar de políticas de Estado que ataquen la pobreza o la educación, hoy tenemos escenificaciones de poder vacío, donde la imagen y el entretenimiento reemplazan el sentido de responsabilidad.
Argentina merece algo más que este circo mediático, merece una política que vuelva a centrarse en las ideas y soluciones reales, y no en historias de farándula que, aunque entretenidas, no sirven para construir un futuro mejor.