EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Esa frase, a menudo atribuida a Voltaire, en realidad no fue dicha por él. La expresión «Disiento con lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo» fue popularizada por la escritora inglesa Evelyn Beatrice Hall, quien la escribió en su libro «The Friends of Voltaire» (1906) como una forma de resumir la actitud de Voltaire hacia la libertad de expresión. Esto como dato de color.
Ahora, esta expresión nos impone elevar nuestro nivel de reflexión en un alto grado siempre que transita por el hilo conceptual de la misma nada menos que la esencia de lo que constituye el sistema democrático: La libertad de expresión.
Hablar de libertad de expresión es predicar del más alto concepto democrático; de hecho, está en la base de todas las constituciones liberales porque se trata del derecho fundamental de todo individuo a expresar sus ideas, opiniones y creencias sin temor a represalias, censura o sanción, ya sea de parte del Estado o de otros actores.
Este derecho abarca la posibilidad de comunicar pensamientos y es esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática. Luego, NADIE puede ser discriminado y mucho menos penado por pensar como desee hacerlo.
Así, observamos con preocupación el hecho de que el presidente de la Nación exprese su intolerancia hacia todo aquel que no piensa como él.
Esto no es una actitud liberal sino todo lo contrario, autoritaria, que no sólo resulta peligrosa, sino que también va en contra de los principios fundamentales consagrados en nuestra Constitución Nacional, y debe poner en alerta a la sociedad ante un síntoma severo de un virus dictatorial.
La libertad de expresión no es un privilegio otorgado por el poder, sino un derecho inherente a cada ciudadano, garantizado por la Constitución Nacional y reforzado por el compromiso con la pluralidad de ideas. Un líder que no respeta el pensamiento divergente erosiona la base misma de la convivencia democrática y abre las puertas a un ejercicio del poder autoritario, en el que las voces disidentes son silenciadas.
En lugar de fomentar el debate respetuoso y el intercambio de ideas, el discurso del presidente evidencia una preocupante tendencia hacia la polarización y la exclusión. Es imperativo recordar que, en una democracia, la fortaleza de la nación radica en su diversidad de opiniones, en el diálogo constructivo y en la posibilidad de disentir sin temor a represalias. Negar este derecho esencial es, en última instancia, debilitar las bases de la convivencia social.
Por ello, no solo es necesario alzar la voz en defensa de la libertad de expresión, sino también velar porque quienes ostentan el poder comprendan que su deber es garantizarla y protegerla, incluso cuando las ideas expresadas no coincidan con las suyas.