EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – Debo contarme entre quienes tuvo expresiones fuertes en varias ocasiones al referirme en mis escritos a miembros del régimen kirchnerista; de hecho, como varios millones más de argentinos votamos a Javier Milei para que se fueran los que habían destruido el país en los últimos veinte años.
Pero en todo combate hay un límite para batir al enemigo, y esa es la muerte del mismo. Caído el contrario, carece de sentido continuar atacando. De allí que las calificaciones expresadas por Milei, ante un auditorio, calificando al ex ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, como un “hijo de remil p…” y que “Siempre será recordado como lo fue, un hijo de…”, no sólo resulten improcedentes, desubicadas, sino que revelan que este individuo carece todo escrúpulo y límite moral.
Ni siquiera es inmoral, sino profundamente amoral que un presidente, o cualquier figura pública, se refiera a un fallecido con insultos tan vulgares y cargados de odio. El límite del respeto no sólo lo marca la vida, sino también la muerte, pues ésta pone fin a las diferencias terrenales.
Al fin de cuentas, los muertos ameritan la consideración de que ya están indefensos ante la maldad terrena. Es de buen gusto, de básica educación, respetar la memoria de los trascendidos, más allá de las diferencias que nos hayan separado en este plano.
Descalificar tan procazmente a quien que ya no está, no sólo deshumaniza a quien emite el insulto, sino que refleja una falta de ética básica en la esfera pública cuando el odiador es nada menos que el presidente de la Nación.
El odio y el desprecio hacia los muertos son, más que inmorales, actos de amoralidad -hay que recalcarlo-, porque revelan una ausencia total de los principios que guían la convivencia humana.
Las expresiones de Milei, subrayan lo que viene demostrando en la práctica, la ausencia de toda sensibilidad social y un blindaje espiritual que lo aísla las necesidades comunes. El país no es un balance contable solamente; son millones de seres humanos que dependen de las decisiones del presidente para vivir y hasta para morir.
El bastón presidencial no es el comando de una máquina de aplastar personas y el déficit fiscal no es el dios pagano del paraíso fiscal.
La justicia social tampoco es el reparto a mansalva de prebendas a precio vil -planes-, que hunden a los ciudadanos en un servilismo indigno, sino que la justicia social debe ser el reparto equitativo de oportunidades para que cada uno pueda con su trabajo dignificarse, llevar adelante una familia y ser parte del entramado social que en conjunto construye un país.
El Maestro Aristóteles señalaba que “El fin último del Estado es la felicidad de los ciudadanos”. ¡El Estado! ¿Cómo pretende Milei contener a una sociedad confesando que viene a destruir al Estado? Los hechos revelan esta falta de empatía del presidente, porque sin Estado no hay felicidad posible. El Estado del Bienestar no es una panacea gratuita, sino el producto de una comunidad organizada donde «El que no quiera trabajar, que tampoco coma» (2Tes. 3, 10), como enseñaba San Pablo y que el general Perón traducía diciendo que “El hombre debe producir por lo menos lo que consume”, pues, resulta necesario que todos contribuyan al bien común mediante el trabajo, evitando la pereza o la ociosidad dentro de la comunidad.
Luego, para que una comunidad prospere, necesita de una conducción con fuertes convicciones éticas y morales, categorías éstas que ya hemos comprobado no estarían presentes en el ánimo presidencial.
La denostación del contrario, la calificación -y descalificación- agraviante, el vituperio del que piensa distinto por parte del presidente, lo coloca en la línea de proyección de aquel axioma que expresa que “el mejor enemigo, es el enemigo muerto”, una visión implacable del conflicto y del enemigo relacionada con ideologías extremas o prácticas autoritarias severas.
Es un dato de la historia reciente que el fallecido González García, fue cómplice importante de la gran estafa que representó el gobierno kirchnerista de Alberto Fernández; pero alguna vez los argentinos tenemos que comenzar a mirar hacia adelante en lugar de continuar manteniendo lidias necrofílicas.
Y justamente, hablando de necrofilia, el presidente Milei acaba de decir que quiere ponerle el último clavo al cajón del kirchnerismo “con Cristina adentro”.
Hay que procurar que dentro de ese ataúd que Milei imagina, no terminemos también los argentinos.-