EL MILITANTE SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA. – En uno de mis libros sostengo que “Salta, es una ciudad con aspiraciones modernas, pero que no puede superar su trauma de aldea medieval”. Agregaría, por otro lado, aquel dicho tan hispánico que señala: “En lugares como los vuestros, donde todavía se asiste a misa y se duerme la siesta, hay que ser amigo del juez, del comisario y del obispo”.

En esta Salta, esta última máxima se mantiene incólume. Prueba de laboratorio es que un desarrapado es hallado con gramaje alcohólico en sangre y detenido por la policía y se arguye “Soy prima del gobernador”, injusto parentesco autopercibido que parece acreditar la posibilidad de violar la ley. Como si ser “amigo o pariente de”, otorgara una calidad ciudadana especial. Pero en Salta, la única manera de superar la mediocridad ambiente es arrimándose a alguien o algo.

En el otro extremo, por ejemplo también, un Arzobispo que es hallado con las copas dándole vuelta a la cabeza, sin documentación vehicular y sin registro para conducir, se le piden disculpas amablemente y se lo envía gentilmente y con toda educación a dormir la mona. Favor que seguramente el tonsurado pagará con alguna medallita o estampa de San Cucufate (España, siglo XIII). Sin olvidar que ese mismo sujeto mitrado carga una condena por violencia de género y hasta una perimetral, pero el tipo sigue siendo objeto de consideraciones especiales.

Dos puntas que ejemplifican que en el medio, en Salta, todo parece ser posible, incluso autotitularse académicamente.

Si violar la ley en base a un supuesto parentesco o disfraz, se tiene en el imaginario colectivo de esta Salta como sinónimo de impunidad ¡Cómo entonces no podría ser posible convertirse en académico sin asistir a una universidad!

Diré, en honor a la verdad, que quienes pertenecemos a esta generación de periodistas, docentes -de todo nivel- e investigadores, muchos y los más destacados, carecen -carecemos- de titulación académica, pero hemos forjado nuestro conocimiento en base a investigaciones, libros publicados, cientos de artículos, conferencias, capacitaciones, etc., etc..

Es paradójico, pero entre los nombres más destacados del periodismo y de la investigación en Salta que no tienen titulación, no pocos han -hemos- llegado al dictado de cátedras universitarias, no sólo en Salta sino en otras universidades del país, y aún del exterior. Mientras que tenemos, es lamentable reconocerlo, egresados de estas disciplinas de las universidades locales que continúan siendo noteros de pocos pesos o con suerte docentes secundarios.

Todo es meritorio, sin duda; a excepción de que desde hace ya largos años a esta parte, se ha vulgarizado y deteriorado tanto la calidad de ambos oficios, que la tarea del periodismo según los cánones más tradicionales que exigían del hombre de prensa una formación integral, universal y aún más esmerada en los académico, ha sido reemplazada hoy por la antojadiza y prepotente aparición de personajillos que cuelgan una página web, contratan una hora de radio o de televisión, y ya se autotitulan “periodistas”.

Otro tanto ocurre en el ámbito de los estudios históricos donde vemos a viandantes de la pseudocultura con tiempo libre que toman una ristra de libros de autores consagrados, y un poco de copio y pego, de aquí y allá, en el mejor de los casos, algún tinte de interpretación personal y arman (no escriben) un libro y ¡Zás!, son historiadores. Podríamos solicitar a varios que expusieran su “Cursus Honorum” en el tema y comprobaríamos cuan paupérrima es su producción.

A empeorar todo han venido las redes sociales, en particular Tik-Tok, que ha convertido a casi todo lo que pasa por allí en un verdadero cuento chino. Es un espacio milagroso donde los jóvenes con más osadía que conocimiento, filman cortos poniendo expresión de doctos y opinan alegremente sobre cualquier cosa que escucharon pasar y les pareció interesante. A ellos, claro. Y ya son periodistas.

Podría afirmarse sin temor el equívoco que en su gran mayoría con suerte tienen el secundario completo y han leído “Platero y yo”; “Mi planta de naranja lima” y tal vez, en un momento de riesgo intelectual “Cuentos de la Selva” de Horacio Quiroga.

Pero, preguntémosle sobre los clásicos, la “Poética” de Aristóteles, o estos que se atreven a opinar, ¿habrán leído acaso “La Política” del Estagirita?. Repiten fuera de contexto alguna que otra frase de Nicoló Maquiavelo, pero seguramente piensan que “El Príncipe” es la marca de algún alfajor. Más recientemente, la teoría del Estado de “Herman Hess”, o quizás, ni siquiera “El Capital” de Carl Marx, o por lo menos “El manifiesto comunista”, ya que la mayoría adhiere a la izquierda nihilista. Tiendo a pensar que haber leído “Página 12” pueden haber sido un esfuerzo intelectual mayor.

En el caso de los “historiadores”, en la escuela clásica al menos, consideramos tal al individuo que ha quemado su retina leyendo y descifrando caligrafías precolombinas y aspirando el óxido de los papeles amarillos. El que ha tenido que utilizar guantes para acariciar un documento antiguo o abrir un libro forrado en cuero de oveja con el mismo cuidado y ternura que se alza un recién nacido. Un historiador, es el que leído, traducido, interpretado y escrito -y publicado, obviamente- a partir de documentos gráficos, arqueológicos y hasta ha logrado descubrir -y cubrir- alguna laguna de la historia. ¡He allí a un historiador!

Pero los que hemos escrito libros desarrollando ensayos históricos, o nutridos de fuentes bibliográficas ya existentes, apenas podemos considerarnos “Analistas de la Historia”; ensayistas o redactores de un periodismo sobre asuntos de la historia. Digamos, divulgadores de la ciencia histórica. Pero de ahí a considerarnos “historiadores”, hay un paso muy grande.

El facilismo de una época trivial, vana, venal, donde la hipocresía y la soberbia que procura la ignorancia, genera este tipo de entes: pseudo periodistas y historiadores de facto. Leguleyos que serán como los hongos, prolíficos detrás de la tormenta y consumidos por el cambio de estación, o devorados por otras bestias. Pero siempre, incapaces de razonar sobre la lógica y la pedagogía de las “Cosas en tanto que son y de las otras en tanto que no son”, como diría la filosofía.

¡Disfrutad pues, de esta Salta tan generosa! Donde disfrazarse de arzobispo convierte a un energúmeno en objeto de culto social, donde declararse en amistad o parentesco “con…”, permite violar hasta la misma Constitución Nacional, donde concurrir a determinado “Club criollo” -al que concurrimos, lógicamente-, otorga estatus social diferenciado aunque no puedan pagar el café. Donde encaramarse en un puesto político permita ganar la chapa de “político”. Donde habitar en un determinado barrio privado permita ser admirado por lo que se tiene, aunque el dinero provenga de oscuras actividades.

Donde el “curro” tiene mayor validez que los estudios y la trayectoria.

En fin… Año del Señor de 2024, y en Salta, aún no hemos salido de la Caverna de Platón. –

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