El gobierno cerró (para reestructurar) el Centro Cultural Haroldo Conti (ubicado en la ex ESMA) y la Universidad de las Madres. La reflexión principal que marca el cambio profundo en la sociedad argentina es que a nadie le importó. Salvo los trabajadores despedidos o alguno de los dirigentes lumpen de ATE, nadie se movilizó por este hecho. Lo notable es que los principales responsables del desinterés público sobre estos sucesos son los kirchneristas. Fueron tantos años de utilización partidaria y mentirosa respecto de los años 70 que hoy nadie los defiende porque a nadie le importa.

La banalización de los derechos humanos y los negocios vinculados a estos comenzaron con Néstor Kirchner. Él utilizaba una máxima de la política de esos tiempos: «para robar tranquilo, hay que ser de izquierda». Kirchner no era de izquierda hasta que puso en práctica esa metodología. Era un peronista corrupto cuya principal característica era el pragmatismo. Fue fan de Menem y de Cavallo en los 90. El día que bajó el cuadro de Videla en la ESMA descubrió la esencia del kirchnerismo del futuro. Si cooptaba a los organismos de derechos humanos, los miembros de ese colectivo le darían patente de progresista y mirarían hacia otro lado frente a la corrupción desatada de su gobierno. Lo hicieron con mucha eficiencia.

El objetivo era instalar una gran falacia: que el kirchnerismo era la única fuerza que a la que le había importado los DDHH desde la vuelta de la democracia. Gran parte del mundo del espectáculo se convirtió en vocero de esta nueva narrativa. Ocultaron el juicio a las juntas y a los terroristas con el que comenzó la democracia argentina, y anularon el indulto a los militares dictado por Menem (que, en su momento, fue apoyado por Kirchner) pero no el indulto a los terroristas que también había firmado el riojano.

La ESMA pasó a ser de ellos. Era el lugar donde La Cámpora organizaba asados, fiestas y plenarios de su organización. En las visitas guiadas se hablaba de Kirchner como el único defensor de los derechos humanos. Durante el gobierno de Macri, se blindaron, y cuando alguien de ese gobierno asistía a la ESMA, lo esperaban para hacerlo pasar un mal rato (le ocurrió al entonces ministro de Justicia, Germán Garavano). Crearon un discurso hegemónico, y si alguien intentaba alterarlo, recurrían a los escraches o a la difamación pública. Se convirtieron en una poderosa maquinaria fascista.

Frente a tamaña hegemonía, comenzó la corrupción. Le entregaron a las Madres de Plaza de Mayo un programa de viviendas (Sueños Compartidos) que fue una estafa monumental. La Universidad de las Madres no sirvió para nada, pese a las cuantiosas transferencias de dinero desde el Estado. La impunidad era tal que quienes manejaban esas brutales sumas de dinero eran Hebe de Bonafini, su familia y el parricida Sergio Schoklender.

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