EL MILITANTE SALTA – POR LIC. LIZY MEJÍAS. – El anuncio de que la actriz afroamericana Ariana DeBose interpretará a Eva Perón en una nueva versión de Evita, el clásico musical de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, genera necesariamente un fuerte debate en el ámbito político y cultural argentino.
Si bien el peronismo siempre ha reivindicado la inclusión de los «cabecitas negras», este giro artístico no se percibe como un homenaje a la lucha social que encarnó Eva Perón, sino como una distorsión de su símbolo histórico y político.
El teatro inglés, en su afán de aggiornarse a los tiempos del progresismo global, parece más interesado en una reinterpretación ideológica que en un verdadero respeto por la historia. No se trata de un debate sobre el color de piel de la actriz, sino de la desnaturalización de una figura que marcó un antes y un después en la Argentina. Evita no fue sólo una protagonista política; fue la encarnación de una lucha, de un símbolo arraigado en la identidad del pueblo argentino.
La pregunta que subyace es si este cambio responde a una búsqueda artística genuina o si se trata de un intento de reescribir la historia desde una óptica ajena al significado profundo que Evita tuvo para su pueblo. La figura de Evita Perón, en su contexto, era una respuesta a las injusticias sociales de su tiempo y un estandarte del movimiento peronista. Transformarla en un ícono global despojado de su esencia puede leerse como una maniobra de banalización cultural.
El peronismo y la sociedad argentina han visto en Evita un referente indiscutible, cuyo legado no necesita reinterpretaciones ajenas a su verdadero espíritu. Esta versión de Evita no honra su memoria, sino que la diluye en una agenda que responde más a modas culturales que al respeto por la historia.
La discusión no es sobre inclusión, sino sobre identidad. ¿Qué viene después? ¿Un Perón escocés? ¿Un San Martín sueco? ¿O unan Malvinas sin bandera argentina?