EL MILITANTE SALTA – POR LIC. LIZY MEJÍAS. – El reciente discurso de Javier Milei en el Foro Económico Mundial de Davos ha encendido una alarma que no puede ni debe ignorarse. Sus declaraciones contra la figura del femicidio y la homosexualidad no sólo son profundamente retrógradas, sino que representan un ataque directo contra derechos conquistados por años de lucha y reivindicación social.

El de Milei, es un discurso que busca desmantelar los pilares mismos de una sociedad democrática y pluralista.

Comencemos por el femicidio y digamos que denunciamos desde ya que, Milei pretende eliminar esta figura jurídica, argumentando que la ley debe ser «igual para todos». Este planteo ignora deliberadamente una realidad escalofriante: las estadísticas de muertes violentas de mujeres en nuestro país son alarmantes, y el femicidio no es un concepto que nazca de un capricho, sino de una necesidad imperiosa de reconocer que estas muertes tienen un componente estructural de género.

Porque el femicidio es el último eslabón de una cadena de violencia que comienza mucho antes: desde el ejercicio de la violencia psicológica, pasando por la verbal, económica y física, hasta culminar en el asesinato. Invisibilizar esta problemática equivale a perpetuar la impunidad de un sistema que históricamente ha silenciado a las mujeres. Su eliminación sería un retroceso que borraría de un plumazo años de lucha por la igualdad y la justicia.

Hilando fino, hasta podríamos argumentar que tal vez, esta pretensión del presidente, tenga algún componente personal, porque a juzgar por la volatilidad de sus relaciones de pareja, tal se podría concluir que la mujer en su concepto, pertenecería a una escala menor en el orden de sus consideraciones.

Ahora, respecto de la homosexualidad, las declaraciones de Milei adquieren un tono aún más inquietante. Su afirmación de que «vamos a ir a buscarlos hasta el último rincón» no sólo es una afrenta a la diversidad, sino que evoca peligrosos ecos de regímenes totalitarios que han perseguido a quienes no se alinean con una supuesta «norma». Este tipo de retórica no tiene cabida en una sociedad democrática y plural, donde el artículo 19 de la Constitución Nacional garantiza a cada individuo el derecho a decidir sobre su vida privada sin interferencias.

Resulta peligroso que el presidente de la Nación tipifique a las uniones del mismo sexo como “pedófilos”, ya que resultaría una categorización antojadiza y voluntarista, que por su tono y sentido podría desembocar en una tipificación falaz de gravísimas consecuencias jurídicas.

La homosexualidad no es un tema de debate, es una realidad que debe ser respetada, porque antes que una calificación a quienes optan por una elección sexual propia, hay que reconocer el estatus de persona de los señalados. Ya en los años del Concilio Vaticano II, un documento del Magisterio se tituló “Sobre la condición de las personas homosexuales”. Con ello, la Iglesia Católica estaba marcando el límite a cualquier evaluación subjetiva.

Así, los derechos de las personas LGBTQ+ no son concesiones graciosas, son garantías fundamentales que, como ciudadanos, merecen plena protección. No se trata de tolerancia, se trata de respeto y dignidad.

El discurso de Milei, lejos de proponer un camino de unión y progreso, siembra divisiones y perpetúa un modelo autoritario. La democracia no es sólo el derecho al voto, es también la garantía de vivir libres de miedo, discriminación y violencia. Su retórica libertaria, que irónicamente pretende erigirse como símbolo de libertad, se convierte en un vehículo de opresión cuando avanza sobre los derechos individuales y colectivos.

Levantar la voz contra este tipo de manifestaciones que ponen en entredicho el valor supremo -contradictoriamente- de la Libertad, no es sólo un derecho, sino que también es un deber. No podemos permitir que discursos como este se normalicen. La democracia exige una ciudadanía activa, comprometida y valiente. Hoy más que nunca, debemos recordar que los derechos conquistados son de todos, incluso de aquellos que intentan negarlos.

Defender la democracia no es sólo una opción, es una responsabilidad compartida. El silencio no puede ser una respuesta cuando lo que está en juego es la esencia misma de nuestra convivencia como sociedad. Milei no es sólo un político con ideas controvertidas, es un peligro real para los derechos humanos y la paz social. Es hora de detener este avance antes de que sea demasiado tarde.