EL MILITANTE SALTA – POR Lic. LIZI MEJÍAS. – ¿Qué sería del mundo sin la mujer? Su presencia es la esencia misma de la historia, el alma de los pueblos y la raíz más profunda de la familia. La mujer, en todas sus formas y facetas, es el pilar sobre el que se han construido civilizaciones enteras.

Su fortaleza, su ternura, su inteligencia y su infinita capacidad de entrega han dado sentido al devenir humano.

Desde los albores de la humanidad, la mujer ha sido maestra, conductora y guía. Ha forjado héroes desde la cuna, inculcando valores, enseñando con paciencia y amor. Su voz ha sido el susurro de ese transcurrir de la humanidad y el grito de la justicia. En el hogar, en las aulas, en las luchas, en los campos de batalla de la vida, la mujer ha estado allí, sosteniendo, empujando, inspirando.

Su presencia es insoslayable, desde la hermosa Helena, por quien se batieran dos imperios, hasta la brillante Hipatia de Alejandría, mártir del conocimiento. Desde la valentía de Juana de Arco hasta el genio de Marie Curie. Más cercanas y entre nosotros, desde el temple de Alicia Moreau de Justo y las primeras feministas que dieron luz a los derechos de la mujer en este país temprano.

Sí, pues, la historia -nuestra historia- ha sido escrita con la huella indeleble de la mujer. Desde Mariquita Sánchez de Thompson, anfitriona revolucionaria en cuyo piano naciera el Himno Nacional Argentino, hasta Manuelita Rosas, quien a la sombra del aromo familiar le arrancara a su padre el perdón para muchos. ¡Qué decir de nuestras, Martina Silva de Gurruchaga y Juana Azurduy! Y las letras iluminadas por Juana Manuela Gorriti. La “Madre de la Patria”, Remedios del Valle y las valerosas mujeres saltojujeñas de la Independencia, resumidas en la “Macacha” Güemes. Aquellas otras que dieron su vida por amor como, Camila O’Gorman y Carmen Puch de Güemes… Y tantas, tantas otras, que con igual valor permanecen en el anonimato de la historia.

Sea también, pues, la justa y sentida reivindicación de Evita, que fue la voz y el corazón de las mujeres olvidadas, la que transformó la caridad en justicia y la resignación en lucha. Su legado es el grito eterno de la dignidad conquistada.

La mujer; madre, hija, hermana, esposa, amiga. La mujer es todas y cada una a la vez. Su capacidad de amar, de cuidar y de resistir es inagotable. Ha sabido enfrentar tempestades y ha transformado la adversidad en cuna de esperanzas. Su instinto protector, su entrega incondicional, su espíritu incansable la convierten en el eje sobre el cual gira el destino de la humanidad.

Si la historia de los pueblos ha sido escrita con valentía, ha sido porque detrás de cada batalla hubo una madre que enseñó coraje, una maestra que encendió la chispa del saber, una mujer que no se dejó doblegar. La Patria le debe sus mártires y sus héroes, sus artistas y sus poetas, sus líderes y sus pensadores. Desde Juana de Arco hasta Eva Perón, desde Cleopatra hasta Madame Roland, que sentenciara “¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” Desde esas madres anónimas hasta las grandes revolucionarias, la mujer ha sido artífice y protagonista de los grandes cambios de la historia.

Pero su grandeza no necesita de tronos ni de laureles. Reside en lo cotidiano, en la dulzura de una caricia, en la firmeza de una palabra justa, en la nobleza de un corazón que no conoce límites cuando se trata de dar amor. No hay tarea más sublime que la de ser mujer en un mundo que necesita de su luz para no perderse en la oscuridad.

Y en el altar de la historia reciente, donde la sangre de nuestros héroes selló el pacto inquebrantable con la Patria, se alzan las mujeres de Malvinas. Las enfermeras que con manos temblorosas y corazones de acero curaron heridas en la turba helada. Las médicas que, con la ciencia y el temple, desafiaron el horror de la guerra. Las Madres -sí, con mayúsculas- que, con la angustia de la espera, sostuvieron con oraciones y llantos el alma de la Nación.

Las esposas y compañeras que abrazaron el dolor del regreso y convirtieron la tragedia en lucha.

Y hoy, como centinelas de la memoria, son ellas quienes llevan la antorcha de la Causa Malvinas, recordando al mundo que la Gesta no ha terminado, que el honor sigue en pie y que la Patria, en sus nombres, sigue diciendo: ¡Presentes!

En este día, elogiar a la mujer no es sólo un deber, es una necesidad. Porque sin ella, la vida carecería de ternura, el tiempo de sentido y la historia de horizonte.

En cada mujer habita la esencia de la humanidad. A ellas, que han sido y serán siempre la columna vertebral de nuestro mundo, este humilde homenaje.

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